somos bobos; allá, en Francia, sí que lo supieron entender. Así lavaron al país de inmundicia. ¡Ahí si aquí hubiera hombres de agallas... Si aquí no tuviéramos esos respetos ñoños, eses miramientos á las altas personas, eso de la inviolabilidad ridicula, ¿y por quá? ¿por qué son esas inviolabilidades?
— (Prudencia, señores, prudencia!—dijo Don Primitivo observando que Sarmiento alzaba demasiado la voz.—Ahora más que nunca se necesita prudencia.
— Pasteles, pasteles—exclamó D. Patricio remedando la voz del capitán de la Milicia. — Si nos guiáramos por ustedes los formalitos, esta gran canalla de los guardias quedaría sin castigo, y aun se le daría á cada uno de ellos un grado por la hazaña. Yo repito lo que ha dicho ayer aquí ese joven Narváez, ese valiente oficial á quien pongo sobre mi cabeza y cuento entre los míos; sí, yo digo como él: es preciso vengar á Landáburu y colgar de un balcón á su asesino Goifjieu.
— No está probado que Goiffieu hiriera á Landáburu.
— Yo, yo lo he visto,—aseguró con furia Sarmiento, poniendo dos dedos de lá mano derecha bajo los ojos y tirando de los párpados para descubrir más las sanguinolentas órbitas.
—Señores—dijo de improviso D. Benigno Cordero, acercándose al grupo.—Grandes noticias. Parece que al fin aceptan los guardias el Convenio y van de guarnición á Talavera y Aranjuez, como han propuesto los Ministros^