B. PÉREZ G ALDOS
par á los siete carbuncos, ó sea Ministros, Don* Patricio hizo su apología en éstos ó parecido» términos:
— ¡Qué ha de pasar en una Nación dond# ocupa la poltrona de Estado una Rosita l& Pastelera, señores, una dama...l vamos, le llamaré hombre; jpero qué hombrel ¿Se gobierna una Nación haciendo versos? Si al menos fueran como los de Virgilio; pero allá se va con? Rabadán, ni más ni menos, porque lo digo yo. ¿Qué importa que pronuncie discursos bonitos, pulidos y llenos de embustes? |Vaya unos políticos! Empezó deprimiendo á nuestro querido ídolo Riego, y ha concluido defendiendo á la aristocracia y pretendiendo que le den un título. Sí, para él estaba... Será capaz de vender á Cristo por treinta Cámaras (pues no se contentará con dos) y por el Veto absoluto* Yo... no lo digo por crueldad, señores, le ahorcaría sin el menor escrúpulo.
¿Y qué diré del Aprendiz (*), señores, del hombre infame que ideó el Reglamento para destruir la Milicia, de ese pedautón, que mientras la patria está en peligro se ocupa en disponer que siembren lino de Irlanda en los campos de Calatayud? ¿Por qué he de ocultar^ lo? Yo, si estuviera en mi mano, le ahorcaría... Pues bueno va con Garelli (**), ese jesuitón, ese abogadillo sin pleitos que tan mal habla del ejército de la Isla y que ha defendído el feudalismo; sí, señores, ha defendido los
(*) Moscoso, Ministro de la Gobernación. (**) Ministro de Gracia y Justicia.