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B. PÉREZ GALDÓS

B. PÉRBZ GALDÓS

Terreño, á quien llamaban los zurriaguistas el General Castañuelas, rodeaban al Rey, presentándole como seguro el triunfo del despotismo. Bullía en aquellas excelsas testas cortesanas un proyecto parecido al famoso de Vinuesa, con su correspondiente secuestro de autoridades; pero los sucesos se presentaban de otra manera, y los secuestradores corrían riesgo de ser secuestrados.

La diputación permanente de Cortes invitó á S. M. á que abandonase á los sublevados, pasándose al campo liberal, y los Ministros creían poder resolverlo todo con su voto absoluto y sus dos Cámaras. Nadie se entendía; nadie, ni aun los mismos guardias, podían decir claramente su aspiración, pues algunos de los sublevados, como el ilustre Córdova, no eran enemigos de la Constitución. Sólo los milicianos sabían á dónde iban: á aplastar el insolen^ te despotismo, á invadir el Palacio, quizá á reproducir en España el 10 de Agosto de la Revolución francesa. Sólo la Milicia sabía su papel.

En este infernal hervidero descollaba un hombre por su autoridad» su patriotismo y su energía, lo mismo que descollaba entre la multitud por su alta figura imponente. Era el General Morillo, hombre colosal, de color cetrino, adusta fisonomía. Su fama, adquirida en las fabulosas guerras de América, enfrente del gran Bolívar, cuadraba perfectamente á su figura, que era hasta cierto punto una figura india, un cuerpo de bronce al cual hubiera sentado bien la desnudez y un arco, para atacar la sublevación á flechazos.