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B. PÉREZ GALDÓS

tíos jóvenes distinguidos vierten en las calles su sangre preciosa. Se crean multitud de cardenales, aparecen rozaduras, magulladuras, protuberancias, y centenares de narices sangran enrojeciendo el suelo. Alguna que otra costilla cruje, rompiéndose, y no pocas encías se ven libres de tal cual muela cariada. Surgen chichones en varias cabezas, y algúu omóplato se hunde. Esto no es más que un juego de muchachos; pero así suelen empezar los capítulos trágicos de la Historia en todas las edades.

Poco faltaba ya para que el sainete se convirtiese en drama. Más furiosa cada vez la tropa, cuando S. M. entró en Palacio, posesionóse de los altos de la plaza de Oriente, arrojó de allí á un retén de la Milicia voluntaria, y estableciendo una línea desde los Consejos al Arco de la Armería, declaróse en abierta y descarada sublevación. Disparáronse varios tiros, y cayeron al suelo siete paisanos y un individuo de la Milicia. Un joven entusiasta, hijo de Flórez Calderón, tuvo la malaventurada idea de arengar á los guardias que formaban junto á la casa de Ministerios, y fué apaleado cruelmente y acuchillado.

Los tambores tocaban á ataque, y los granaderos furiosos injuriaban á la multitud amenazando pasarla á cuchillo si no es retiraba. Caían con síncopes y desazones las mujeres, votaban algunos hombres, rujian otros, y entre tanto veíase en una ventana de Palacio, cual si fuera palco de plaza de toros, apiñada multitud de palaciegos y damas vehementes