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B. PÉREZ GALDÓS

— Sí, más vale que te vayas... Se me figura que siento pasos otra vez.

— ] Entra una señora!—dijo Sola con asombro.

— ¿Una señora? Esto sí que es gordo. ¿Has dicho que una señora acaba de entrar?

— Sí, padre... Una dama, y por cierto joven y hermosa.

La curiosidad impulsó á D. Urbano á mirar también; pero la señora había pasado ya, y el viejo no vió nada.

— Yo conozco á esa señora,—dijo Soledad apartándose de la vidriera,

— ¿Tú? ¿Quién es, cómo se llama?—preguntó Gil con mucho afán.

— Eso es lo que no puedo decir. La he visto hoy mismo.

—¿En dónde?

— En la calle, dentro de un coche.

— Pues mira—dijo Cuadra, dando paseos por su habitación y cerrando la alcoba donde estaba la puerta vidriera,—figúrate que no la has visto.

— ¿Sabe usted quién es?

— No; pero no ha de ser cosa buena. Mujer que se ocupa en conspirar... jAh, conozco ese perro oficio!

— ¿Será alguna princesa?

— Puede ser... La verdad es que no caigo... En fiu, olvidemos esto, hijos míos, y no participemos de tales líos ni aun con el pensamiento.

Naranjo entró á la sazón en el cuarto de Gil de la Cuadra.

—Amigo mío —le dijo.—Como su sobrino de