viveza que dan curiosidad ó interés profundo. Oeeríase que un destello de esperanza lo iluminaba.
— Sí, para volverlo todo al revé3. Estas cosas, estos planes son admirables cuando salen bien; pero casi siempre salen mal, hijita. Eu verdad te digo que de bueua gaua viviría en otra casa... ]Hola, holal Más ruido de botas... Sal á ver.
— Otros dos: los mismos que vinieron hace cuatro noches,—dijo Sola.
— ¿Son los dos altos y bigotudos?
—Sí.
— Los guardias. El más bajo de ellos es ei Conde de Moy, jefe de uno de los batallones de la Guardia. Ya la tenemos armada.
-¿Qué?
— Pero, tonta, ¿tú no has comprendido? ]Pues es un grano de anísl La Guardia Real quiere dar al traste con la Constitución y los liberales.
— ¡Los guardias, es decir, Anatolio! ¿Y cree usted $'¿e podrán?—preguntó Sola con incredulidad.
— Hija, son muy valientes.
— ¿Y en caso de que no puedan, tendrán que huir todos, absolutamente todos, y marcharse de Madrid?
— Ua cuerpo tan exclarecido no volverá la espalda.
— ¿Y eso será muy pronto?
Soledad mostraba grande interés.
— Debe de ser pronto. Es necesario apresurar el casamiento. Quisiera que Anatolio esta-