extrañas y sombras proyectadas desde lejos por otras almas.
Durante largo rato no se oyó más ruido que el de la aguja, y las frases y términos propios
del juego. A las diez de la noche el cuadro había cambiado. Las cartas estaban esparcidas
! sobre el tapete; D. Urbano, con los codos sobre la mesa, como un escolar que estudia la lección del día siguiente, leía en voluminoso libro; Anatolio dormía con la cabeza reclinada sobre el hombro, el morrión caído sobre la ceja izquierda, abierta casi de par en par la boca y cruzados los brazos sobre el pecho; Soledad seguía cosiendo, la vista fija en su aguja, las cejas ligeramente fruncidas. [Entre las manos y los ojos qué inmensidad de ideas, de figuras, de imaginaciones! ¡Qué contraste entre la rústica beatitud del novio y la silenciosa meditación de la futura esposa!
A las doce y media oyóse ruido de pasos en la parte de la casa habitada por Naranjo. Como las habitaciones eran tan pequeñas, fácilmente se comunicaba todo rumor de una parte á otra, y aun podía verse quién entraba y salía. En la alcoba de Gil bastaba levantar el percal rojo que cubría una vidriera, para observar á las personas que pasaban de la escalera á la sala de Naranjo.
'—Hija mía—dijo el anciano,—parece que esta noche tendremos también gran ruido. Asómate á la puerta vidriera, y mira quién eatra á visitar á nuestro amigo Naranjo.
Soledad se levautó, estuvo breve rato en acecho, y volvió diciendo: