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B. PÉREZ GALDÓS

B. PÉRE¿GALDÓS

gularidad de tales distracciones, no fijó en ella» la atención, ó las atribuyó á una causa muy natural. Durante la comida, Anatolio, cuyo carácter había parecido hasta entonces po30 co~ municativo, empezó á desarrollar una locuacw dad tan viva, que no era fácil comprenderá dónde llegaría por aquel musitado camino. ¿Era que había envasado en su cuerpo todo ei vino que faltaba en la botella puesta con previsora solicitud á su lado? Tal vez sí, tal ve& no. No aventuremos un juicio que podría ser desmentido más tarde por los hechos. Lo cierto es que Soledad no le quitaba los ojos, inspeccionando también la altura cada vez menor del líquido, y la incontinencia del alférez, que sin duda llenaba con comida y bebida todo lo que con el gasto de palabras iba quedando vacío.

Por la tarde, levantados los manteles, salieron los tres de paseo hacia San Blas, no ocurriendo nada digno de contarse sino que Ana tolio (quizás sería ilusión de los extraviado* sentidos de Sólita) no ponía los pies en el sue lo ni sostenía su cuerpo con el aplomo y gallardía propios de un militar. De vuelta en la casa, encendieron luces; Sola tomó su costura, D. Urbano se puso la3 antiparras, y sacando una baraja que en el cajón de la mesa to{ nía, invitó á Gordón á echar una partida de mediator. Los tres en torno á la mesilla formaban un grupo por demás interesante en apariencia, y que lo hubiera sido en realidad si los tres corazones latieran á compás, y si la» tres almas se contemplaran delicadamente la una en la otra sin interposición de imágeaw