esperanzas que pueblan la vida corrían hacia atrás, y á cada paso el abandonado corazón se iba quedando más solo.
Al entrar en la calle de las Veneras por la plazuela de Navalón, vio á D. Patricio en la esquina. Vestía de paisano.
-Buenos días, señora Doña Sólita— le dijo riendo.—¡Qué tarde vuelve la niña! Salió usted hace dos horas. Ya está de vuelta de Aranjuez el joven guardia. Traerá buenas noticias» Dígale usted qué estamos preparados,
E(irónico acento del procaz viejo no hizo impresión alguna en el ánimo de Soledad.
— Buenos días, D. Patricio,—le respondió con indiferencia.
Atendía demasiado á lo interior de su alma perturbada para poder discurrir sobre los móviles que llevaban á Sarmiento á tales sitios. Al entrar en su casa, Anatolio salió á recibirla. El rostro del joven irradiaba alegría como luz el de Febo.
— Ya estoy aquí— le dijo.— No dirás que he tardado muchos días.
Sólita dijo algo, sin duda; pero ella misma no supo lo que dijo. Gordón, tomándole de la mano, la llevó adentro. Gil de la Cuadra se enjugaba las lágrimas que la inesperada apa Xüí