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B. PÉREZ GALDÓS

B. PÉREZ GALDJS

vio la cara hacia la puerta. Dos pasos más, y la puerta se cerró tras ella.

Aunque es cosa averiguada que el corazón no tiene alas, puede y debe decirse, aceptando la anatomía vulgar, que á Sólita se le cayeron las alas del corazón. Salió á la calle sin vor portero, ni portal, ni puerta, ni calle. Ella no veía más que su propia alma, que en aquellos instantes se le presentaba clara y completn, con la lucidez que da el dolor. Dió algunos pasos sin saber á dónde iba; pero las rejas do la habitación donde había estado dijeron algo á su entendimiento, y se detuvo. En el mismo instante vio una mujer que entraba en el portal de la casa. Corrió hacia allá, volvió á la reja, tratando de mirar hacia adentro con disimulo; pero nada pudo ver. Oyó, sí, una voz femenina, poco agradable por cierto, y al fin pudo distinguir una sombra, un perfil de mujer fea y ordinaria que parecía criada. Apartándose entonces de la reja, corrió hacia la esquina de la calle, donde vió un coche. La inquietud investigadora que la dominaba hízole mirar hacia el interior de la berlina, y vió una mujer hermosa. Tan hermosa le pareció, que creía no haber visto nunca belleza semejante. Los ojos de la dama y su actitud pensativa y expectante, revelaron á Sólita algo de lo que deseaba indagar. I

No quiso ver, ni oír, ni enterarse de nada más, y corrió hacia su casa. A cada paso aumentaba la populosa grandeza del mundo que dejaba tras sí para siempre, y crecía el árido desierto que tenía delante. Las encantadoras