to no puede haber un muladar más pequeño. Yo estoy decidido...
— ¿A marcharte?
— ¡A América!— dijo Salvador con entusiasmo.
— [Oh, qué disparate!
— Cuando me quede solo, me marcharé para no volver más.
— ¿Pero tú puedes estar solo alguna vez? No, no lo estarás. ¡Qué horror! ¡A América, tan lejos, con el mar, un mar tan grande por en medio!
— ¡Ojalá fuera mayor!... Pero aún nos hemos de ver antes de que te cases. ¿Ouándo te casas?
— Lo más pronto posible,—respondió Sola enérgicamente y con rápida voz, que indicaba la rapidez de la idea.
Ella también quería poner su mar por en medio.
— Te veré quizás—dijo Monsalud distraído, mirando el reloj colocado en la pared de enfrente.—Y si no, el mismo día de la boda estaré en la iglesia.
— Eso no podrá ser.
— ¿Por qué no?
— Porque no es conveniente. jQué cosas tienes!
— ¿Y si á mí se me antoja?
— No te acordarás de ir.
— ¿Que no me acordaré?
— No te acordarás—dijo Sola enredando en la mesa, no ya con una mano, sino con las dos, —porque eres muy distraído. El otro día