vamos á separar, quizás para siempre. Sabe Dios cuál será el destino de cada uno. Proba blemente tú serás feliz; vivirás contenta al lado de tu marido, que es un bendito, y de tus preciosos niños (porque tendrás hijos), y disfrutarás un bienestar tranquilo, sin ambición, sin cuidados, mientras que yo...
— Tú no eres feliz porque no quieres. No veo yo que te falte nada.
—Me falta todo—dijo Monsalud con tristeza.— Tú, amando tranquilamente á tu marido (porque le amarás, puedes estar segura de ello), rodeada de los hijos que has de tener, y al lado de tu padre, que vivirá todavía algunos años, puedes hallarte en la plenitud de tus sentimientos; puedes estar satisfecha, saciada, que es, como si dijéramos, con todas tus ideas realizadas, con tu vida llena hasta los bordes, sin ningún vacío. En mí, querida Sola, todo es vacío.
— Esto sí que no lo comprendo. Será porque tú lo quieres así,—dijo la muchacha fijando la vista en varios objetos que había sobre la mesa y moviendo otros con su inquieta mano.
— No es fácil que lo comprendas. Dices bien. Por tu dicha, es tu naturaleza muy distinta de la mía... ¡Qué feliz ser asíl Tú tienes resignación para soportar las contrariedades; tú tienes una acendrada fe cristiana que en mí, por mi desgracia, no existe; careces de pasiones exaltadas; tus sentimientos son tranquilos, fríos, dóciles, es decir, que haces de ellos lo que quieres; los míos son ardientes, furiosos, tiranos, es decir, que me esclavizan y juegan