B. PÉREZ GA. LDÓS
var en ella una palidez y tristeza mayores que de ordinario.
— ¿Qué tienes?— le preguntó tocándole la mejilla con las barbas de la pluma.—¿Está ya arreglado el casamiento?
— Ya—dijo Sola esfoi zándose en sonreír. — Pero quiero que me aconsejes tú.
— ¿Pues qué, no lo has decidido todavía? ¿Necesitas de mi consejo para tomar una determinación tan buena?
— Sí— afirmó ella suspirando,—porque según lo que tú me digas, así haré. Sería una falta muy grande que no te consultara para todo, después de lo que has hecho por mí.
— Soledad—dijo el joven con gravedad, — te considero como una hermana, te quiero como una hermana. Si hubiéramos nacido de una misma madre, no me interesaría por tí más de lo que me intereso. Pues bien: mi consejo de hermano es que te cases sin vacilar.
—Bueno, bueuo... yo quería saberlo; quería que me lo dijeras así, terminantemente.
La voz de Sola temblaba, y sus palabras salían, como el trino musical, en sílabas aperladas, cristalinas.
— Pero me parece que no estás contentacontinuó Salvador, dejando la pluma y apar
- tando el papel.—Vamos á ver/ querida: ¿no
dices que tu padre desea el casorio?
— Lo desea tanto, que se volvería loco, ó se moriría de pena, si no me casara.
— Entonces...
- decidida estoy á hacer el gusto á mi pa