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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

far, por decir asi, á su fuente ese afecto recíproco, porque al pudor natural de ambos seguía la reflexión de las dificultades que había para una agradable sanción.

El uno sabía que sus dignísimos padres habían conservado con firmeza las tradiciones de no enlazarse más que con familias exclusivamente de su clase, posición y caudal, de que no era fácil apartarles, ni podría intentarlo sin crear disgustos que su amor filial se había jurado no darles jamás.

Á ella nada de eso se le ocultaba, y puso su esmero en no aparecer como que alimentaba esperanzas que habían de evaporarse y llevar á un alejamiento que por su naturaleza seria penoso para el amor propio y dignidad de su familia.

Por una casualidad, que no por curiosa era inverosímil, una simpatía muda y vehemente nació también en los corazones de Raoul y da Irene, hermana de Sylvain. Comprendiendo la situación tal cual era en en desconsoladora realidad, callaban su afecto con pena y sin esperanzas.

Si Raoul consentía en ir de vez en cuando á casa de Sylvain, jamás quiso prestarse á asistir á sus fiestas en que se veía reunido lo mejor de la aristo-