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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

marqueses de Fleurance; dos inseparables, digno el uno del otro por la belleza de sus corazones, sin que preocupase al uno lo que el otro tenía ni la prosapia más ó menos superior. Si el uno tenía título y muchos bienes, y el otro no tenía el primero, no cambiaría su nombre de abolengo por tantos títulos modernos, y la diferencia de bienes ni envanecía al uno ni humillaba al otro.

La hija era una bonita y deliciosa criatura en la que se posaba la mirada con complacencia, como si se leyera en su alma lo más puro y bello que el Críador puede inspirar al dar el soplo divino. De mediana estatura, ojos claros como su inteligencia y puros como su alma, pelo de un rubio suave, expresión que atraía seduciendo, sonrisa que halagaba, y á través de una dignidad que imponía sin amedrentar, se veía una modestia innata, y todas las prendas de su corazón abrigadas por las blancas y puras alas de un serafín cual dosel brillante.

Había nacido poetisa, y en edad temprana brotaron de su corazón los versos más fáciles y delicados como brotan en el albor de una bella primavera los botones de bellas y fragrantes rosas, versos que su modestia no permitió salieran de su familia. Si