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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

En tanto llegaban esos informes, que Marcelo ignoraba se hubiesen pedido, menudeaba sus visitas; y su gracia, su naturalidad, la sinceridad que rebosaba, sin acudir á frases pretensiosas ni á entusiasmos afectados, le granjeaban el corazón do Zoé, que si era naturalmente todavía menos expansiva, estaba tan enamorada como él. Al un llegó el momento de explayarse con el abandono que permitían su amor y sus propósitos, y Marcelo fué autorizado á pedir su mano.

Rogelio se presentó al día siguiente, y pidió hablar á solas con Zoé.

— Al verme solo, ya comprenderá usted á lo que vengo, amable señorita.

Zoé se puso un tantico colorada.

— Á pedir á usted su mano para Marcelo, que ya pidió á usted su corazón; y si le da usted la una como pretende que lo ha dado el otro, esa unión será una honra y un placer para nosotros.

— Si ha llegado el momento de declarar lo que siento, digo llena de júbilo que le quiero y le acepto con todo corazón. Su gallardía, su carácter, su sinceridad, que todo revela, me han cautivado más de lo que él puede sospechar; su noble desinterés me