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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

desto paro aseado y bien cortada traje, que veía pasar á la gente con dignidad y compostura. No habría sido hija de Eva si no hubiese percibido en seguida la impresión que en ellos producía, y con su instinto femenino desecubrió que al más moreno, el de los ojos negros y fijos, y bigotes retorcidos, era al que más había deslumbrado, lanzándola esas miradas de la raza española que á veces parecen transmitidas por los moros.

El mirar de la raza española, en que hay tanta expansión, suele engañar á los extranjeros que suponen ser efecto de la excelente impresión que producen, sin saber que una joven mira á quien la admira, ó porque sí, sin que esto quiera decir que la han dado flechazo. Los que enviaban á Zoé los ojos del guapo Marcelo Renfijo, el menor de los hermanos, quedaban sin respuesta; Zoé le miraba con aquella tranquilidad, con esa serenidad propia más que de su educación, de su propio carácter. Pero esto no quería decir que no fuese sensible al afecto, que contuviera el deseo de amar y ser amada, y establecerse en condiciones que le parecían legítimas porque eran modestas.

El joven Marcelo no sabía cómo hacer para cono-