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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

madre! ¡Mil vidas tuviera, otras tantas daría, si en su sacrificio se cifraba la felicidad de la hija de su alma!

Para ella eran todos los pensamientos de su existencia; su sonrisa era su vida, sus dichos su deleite, su inteligencia su orgullo y su encanto su instrucción. Fuera de la música y del dibujo, ella había sido su profesora en todo, y en todo lucia con primor é inteligencia. ¡Ay! al contemplar esa felicidad terrestre de que brotaban da continuo raudales de contento, habría querido que la naturaleza suspendiese sus leyes, y que Yolande se quedase de esa edad, de esa talla, con esa gracia y ese candor propio de la inexperiencia de la vida. ¿Qué destino la esperaba? La sola idea da que no fuera feliz, obscurecía el brillo de su imaginación, traspasaba su alma; y luego esperaba todo lo que deseaba, y volvía á sonreír estrechándola entre los brazos, entusiasta y radiente como si la viera ya envuelta en la dicha que anhelaba!