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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

Hay almas que parecen movidas por inspiración divina y se apartan con fe de todo lo que es terrenal y perecedero, para entregarse á Dios y esperar su fin, pronunciando confiadas su santo nombre; otras hay que llevan á ese camino dolores inmerecidos, y otras que se los han atraído por el culpable olvido de sus deberes hacia Dios y hacia la sociedad.

La pobre Yolande se encontraba en este caso, lo reconocía, y á medida que penetraba en su conciencia, sentía más y más la necesidad de la expiación, dejando á un lado todo amor propio y todo lo que sus amigas pudieran decir. Conociéndolas bien á todas, le parecía oír sus burlas, se desdén, sus chafalditas; sobre todo las de una pequeñita, especie de media porción, que mostraba siempre la punta de su lengua viperina, como la lanceta de su tocaya. Creía ver á la famosa Baronesa capitaneando al grupo, escuchada como un oráculo, que renegaba de su discípula, llamándola tímida, torpe, indigna de sus cuidados, y prediciendo acabaría en una mojigata. Reflexionaba en todo eso con sonrisa compasiva, pero no teniendo misión de volverlas al buen camino, se limitaba á esperar verse en el retiro de sus plegarias implorando de Dios les abriese los ojos,