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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

más puras, sin agitaciones ni deseos jamás saciados.

Esas reflexiones la llevaron poco á poco á esa blanda melancolía que dan las creencias, á ese deseo de reparar el mal por una expiación que fuese agradable al cielo, consolarse aquí abajo y confortarse al pensar en lo que hay en él para las almas que por una vida pura tienen su puesto en la morada celeste, y para las que he purificado el arrepentimiento, la penitencia, la oración y las penas que Dios impone antes de penetrar en ella.

Sintiendo amargamente lo impuro de su dolor, desdeñado el fastuoso movimiento, despreciando el dinero y resuelta á desaparecer de un círculo falso en que sus placeres ficticios, engañosos, la habían atado con una cadena de rosas, cuyas espinas le sacarían sangre al marchitarse un día, y preocupada solamente de alcanzar el perdón de su madre arriba y de su prima aquí, fué á inspirarse de rodillas en el sepulcro de su madre, qué ¡ay! ¡no había pensado visitar ni una sola vez!

Llegó á él temblando, como quien sintiéndose culpable, va á comparecer ante un juez, y ese juez era su madre; allí estaban sus cenizas prematuras por culpa de Yolande, y se echó á temblar aterrorizada,