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JOSÉ MANUEL HIDALGO.


de su propia existencia, á veces con más sombras que luz, con más tristezas que sonrisas. No siempre se es responsable de sus propias desgracias, y lo conciencía de no merecerlas subleva y estalla, cuando no se posee la dosis de virtud no á todos concedida, siquiera se haya pasado la vida cuidando su conciencia para con Dios y su honor ante los hombres; y es un candor, que se paga caro, creer que aquí abajo ha de tenerse la consolación del aplauso, de la estima y aún de la recompensa. ¿Qué fuera del hombre si no tuviera fe?

Yolande no sólo se sentía resignada sino que se propuso resueltamente enmendarse y expiar sus faltas hasta lograr un consuelo relativo y la esperanza del perdón más allá de la tumba. Su dolor, su desengaño, el porvenir que la llevaba totalmente á la miseria, todo aparecia á su conciencia y á su imaginación sombrío, aterrador; pero la resignación bienhechora que de ella se había amparado, hacia que todo lo contemplara y que sobre todo reflexionara con su sano criterio.

Recordó con ternura el encanto de las miradas de su madre, las caricias á su niñez, sus desvelos, sus emociones y sus esperanzas tan tiernas y gene-