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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

Compró una buena casa en la ciudad, la amuebló con decencia y nada más, se instaló en ella con su hijo solamente, pues era viudo, hizo mucho bien á los pobres y al clero, fué Marguillier ó mayordomo de su parroquia, no quiso ser ni elector ni elegido en los cargos municipales, y así vivió hasta que Dios le llamó á si.

No quiso empero dejar este mundo sin ver establecido á su hijo, y la elección era muy difícil. En una ciudad de provincia todos se conocen, todos saben la vida y milagros de cada uno, lo que pasa día por día en cada casa; hay frecuentemente chismes, rivalidades, envidias, piques y enemistades, siquiera haya familias virtuosas, distinguidas y apreciables; pero no sucede lo que en París, en donde la independencia de la vida es tal, que no se sabe lo que pasa en los otros aposentos de la casa en que se vive. Y luego, en las provincias, la nobleza, por ser menos numerosa y más compacta, es severa, por no decir intolerante, y si mira de reojo á las familias antiguas, con más razón á las advenedizas.

Ni faltaban por eso quienes habrían aceptado emparentar con los Bonnet, siguiendo la corriente de esta época en que se dejan á un lado las pretensio-