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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

apurando la copa voluptuosa de la vida, siempre en mano.

Pero el Vizconde, satisfecho su amor propio de haber engañado á una joven cándida é inexperta, y de haberse dejado seducir públicamente por quien nada sentía, empezó á cansarse de ella, y cada día aumentaba el hastio hasta un punto que tenía que estallar. Á lo cual ayudaba grandemente el deseo de casarse, acariciado tanto tiempo, con una joven rica, que le emparentaría bien y le daría posición asentada en la sociedad. Es de saber que la señorita de Nolay, huérfana de madre, le había mostrado siempre tan notoria simpatía, que él acabó por creer posible unirse á ella; pero el padre le hizo decir, por una amiga común, que aunque lisonjeado de la elección del Vizconde, no podía darle su hija por tener ya otro proyecto que pensaba realizar en breve. Era una manera cortés de alejar á un hombre que no podía convenirle por esa vida ociosa y de aventuras, que no daba garantías para el porvenir. Pero la chica se obstinaba en preferirle por esa fascinación que á menudo influye en la imaginación de algunas jóvenes, las proezas de los calaveras, y dan por ello no pocos disgustos á sus padres — «Quiero un