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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

el dolor de los que aman tiernamente y la fe con la que se besa á una santa. Su hermana rezó la letanía, haciéndole coro los demás, llorosos y angustiados.

No era posible dejar á Yolande un momento en la ignorancia de la muerte de su madre, y cuando cerca de las cinco de la mañana, se oyó entrar el carruaje, Mercedes fué por la puerta que ponía en comunicación á ambas casas, y la encontró subiendo la escalera.

- Tu madre acaba de morir; ven á lo menos á arrodillarte ante su cadáver...

- ¡Santo Dios! - dijo aterrada.

Y corrió a la estancia de la madre, espantada y llorosa, con las galas de la fiesta, resplandeciente de diamantes, el pelo ya en desorden, el rico vestido rasgado, la cara fatigada, los ojos marchitos como las flores del ramo que llevaba en la mano, lujos que formaban terrífico contraste con la simplicidad de los trajes de los que rodeaban á la muerta...

Yolande tiró el ramo al suelo y se echó de rodillas al lado de su madre, besándola el rostro y las manos, y llorando amargamente. Era imposible que en esos momentos no recordase lo que la quiso, cuanto le debió y sintiese lo que por ella había su-