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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

mío, haz que mi dolor no sea la desesperación >>.[1]

Mercedes se echó a llorar,

-¡No llores, hija mía! Quizás el cielo, al enviarme el castigo que mis culpas merecen, quiera que al ir á gozar, como lo espero, de la misericordia divina, oiga el Señor mis súplicas para ver á la hija de mis entrañas tan pura, tan arrepentida que cuenta también con ella ante el juicio de Dios!...

La transformación dolorosa y resignada del rostro de aquella santa mujer, inspeccionó á Mercedes y se alarmó hasta el punto de hacer venir á sus padres y telegrafiar á Sylvain viniese al castillo, haciendo en tanto venir al médico.

Reunidos en la estancia, deliberaron sobre si no sería necesario pedir á Yolande viniese á echarse ó los pies de su madre, bañar su rostro con las lágrimas del perdón, pues Sylvain, acostumbrado á ver morir, decia que tenía pocas horas de vida y no había tiempo que perder para procurarla el consuelo de morir, dando á su hija una bendición que merecía. El doctor encontró el caso grave, <<Es una crisis -decía- que, si se repite, será la última. >> No vió,


  1. L'Abbé Legros-Duval