en la sociedad, ha dado oídos á calumnias que no comprendo de donde vienen. Acaso Mercedes...
- No la culpes, que no es ella, es el eco de lo que se dice en nuestra provincia, en donde has perdido toda estima y se propalan hechos de que ¡ay! no haces misterio; ¡sé que tu marido se ha arruinado, como tú estás en camino de serlo, que es indigno de ti, aunque, ¡Dios mío! el pudiera decir lo mismo!
- Es verdad, pero era inútil dar á usted esa pesadumbre...
- No hablemos hoy de los bienes de la tierra, que los que deben ocupárnos son los inmortales del alma, que por culpa nuestra pueden perderse para siempre.
- Cálmese usted, mamá mía, su virtud, su retiro, su vida ascética, le hacen ver en su imaginación situaciones que no existen y culpas exageradas. Yo vivo en una sociedad elegante, es verdad, pero eso no quiere decir que yo haga ni más ni menos que las demás de mi círculo, que viven tranquilas y gozan de tan lisonjera acogida. ¡Vamos, cálmese usted, quiérame como siempre, como yo la quiero, mamá mía!