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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

ángeles con quienes en mi delirio había osado compararte.

 -La Baronesa tiene muy buena posición, ella es le que me ha presentado en la sociedad, y es natural seamos amigas.

 -¿Y tener la misma conducta? ¡Mírame bien, y dime si juras ante los Evangelios que no has faltado á los juramentos que hiciste al pie del altar, á los elocuentes y cristianos consejos del obispo de nuestra diócesis, que bendijo tu unión, ofendiendo al cielo y martirizando el corazón de tu madre, que humillada te contempla ya con el anatema de Dios!

 Yolande, sorprendida y aterrada, no acertaba á defenderse ni quería confesar, y se echó llorosa en brazos de su madre, abrazándola y besándola, como si con eso quisiera tranquilizarla. El tope que habla adquirido en el trato con damas galantes, cayó allí á los pies de su madre, como en el tribunal el reo que se ve acogido y confiesa callando.

 -¡Callas porque no te atreves á ser perjura! ¡Dios mío! ¡Dios mío! — decía con la expresión más dolorosa, que sólo el dolor y la religión pueden inspirar- ¿por qué no me oíste cuando te pedía yo en su niñez que si iba á ser mala te la