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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

-He pensado que si el mal hecho no tiene ya remedio, se puede á lo menos salvar lo que queda y hacer que su hija de usted vuelva al redil. ¿Quién lo hubiese creído? ¡Si mi compañero Bonnet viviera!...

-No, eso no es verdad - decía llorosa y angustiada - no lo es, no puede serlo, pero me mata el oírlo... Usted no sabe que un nombre que ha pronunciado ha hecho más mal á mi corazón que el anuncio de la pérdida de los bienes.

-¿Qué nombre?

Y al decirla esto, la vio cerrar los ojos, palidecer, estremecerse como si tuviera escalofrío, quedarse inerte.

-¡Vamos, amiga! cálmese usted, todo se arreglará.

Y la daba palmaditas; pero viendo que no volvía en si, se asustó, tocó la campanilla y accedió la doncella.

-¡Ay, mi señora! ¿Qué le ha hecho usted?

Y la hizo respirar sales, la dio fricciones en las sienes hasta que abrió, y viendo al tío Benito, miró del otro lado, como si su vista le importunase.