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JOSÉ MANUEL HIDALGO

que dijese á todos que no había encontrado ningún agrado en el trato de ella; pues, fuera de los coloquios amorosos, cortos, monótonos y fingidos, era nula, y pasaba el tiempo bostezando y buscando pretextos para marcharse, lo que era verdad, pero también era cruel é indigno en él propalarlo.

Lo Condesa se vió de repente desairada en público por su innoble galán, que afectaba no mirarla, y no ocuparse de ella sino cuando la cortesía lo demandaba. Corrida y avergonzada, humillada y despechada, no sentía un rompimiento que ella misma deseaba; pero habría querido con razón que se supiese ser ella la que le había abandonado por su voluntad, y mostrar luego con su conducta que volvía á su vida honrada y de sosiego. Pero el público, que ignoraba esos sentimientos y propósitos, la haría objeto de sus burlas, y quizás de su desdén, exagerándose de tal modo lo intolerable de su situación, que era preciso desaparecer para que se olvidara el percance; en esos momentos tuvo la debilidad de preocuparse más de su amor propio que del deber á que quería retornar.

Con tos de mentirijillas desmayos muy bien imitados y tristeza de veras, empezó á quejarse de su salud y á pedir cambio de aires, pues se sentía morir