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JOSÉ MANUEL HIDALGO.


IV

En tanto la buena y sencilla Condesita, encantada de ser chic, de que todos lo vieran, mostraba más buena voluntad que disposiciones para esa vida poco ejemplar, lo que, hasta cierto punto, hacía honor á su índole; pero ya adoptada por ella, no tenía la excusa en esa, digamos flirtation, de un amor verdadero, porque entonces, dado su carácter, había ocultado sus peligrosas emociones; pues hay mujeres en quienes las debilidades no las hace perder el respeto de si mismas y el pudor con el público, y observan ante él una actitud correcta, que impide penetrar en su conciencia, que sólo Dios ve y puede juzgar; pero cuando hay escándalo, el público tiene derecho á calificar lo que se le echa á su faz, como á cada uno lo parezca.

La pobre Condesita no estaba hecha para esa vida, y pudo ver en esa intimidad cosas que la sorprendian y la asustaban; pero el amor propio la sostenía y los consejos de Yorey la alentaban. Quizás en sus adentros comprendía que obraba mal, y no encontraba en ese ambiente mal sano los goces que hubie-