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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

todos los goces inefables y la práctica inteligente de sus deberes de esposa y de madre. El germen que la suya habia echado en su corazón, se había desarrollado por la conciencia de su nuevo estado, y se sentía arrastrada á todas las bellezas de la honradez y á todos los sacrificios que fueren necesarios para cumplir tan grata y consoladora misión para ella misma y para su esposo é hijos, con una naturalidad tal, que no creía hacer nada meritorio, convencida de que el cielo lo inspira y la razón aconseja que así sea; y no podía comprender que se pudiese sentir ni obrar de otro modo cuando con ello se alcanza esa paz del corazón, que es una bendición del cielo, bastando la sensibilidad natural y la fe en Dios que señalan el verdadero camino de la vida. Porque lo creía natural, no esperaba galardón, antes bien daba gracias al cielo cada día de poder obrar como sus angélicos instintos le inspiraban: había actos de su vida, expresiones tan bellas que brotaban como la vibración de un corazón que la mano de un arcángel hubiese tocado.

Su inteligencia tan precoz, aquella intuición que siendo soltera la acercaba al conocimiento de ciertas cosas en que su inocencia no podía aún penetrar,