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JOSÉ MANUEL HIDALGO.


VI

Los placeres, el lujo, los triunfos mundanos, habían embriagado de tal modo á Yolande, que pasaban meses y meses sin que hubiera tenido tiempo ni voluntad de volver la cara atrás y pensar en la época en que fué honrada y tranquila. Cuando se trastorna la imaginación de la mujer, no repara en nada, como el enfermo que no sabe lo que hace en el delirio; lo mismo que en la virtud, abnegación, valor y con todos los sacrificios humanos no conoce límites, y deja muy por debajo todo mérito del hombre.

Una de sus manías fué la del lujo; y siendo rica, gastaba sin medida, sin contar ni pensar en el porvenir. Los trajes de famosos costureros, que cuestan un sentido, los renovaba por el prurito de no ponerse más de dos veces cada vestido, ni tampoco dos el mismo sombrero. Esto se citaba y aun se imprimía, su amor propio de elegante gozaba de esa fama; y como no sería chic venderlos, como hacen, empero, muchas damas, los cedía á la doncella que los vendía á las célebres marchandes à la toilette, las que los