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JOSÉ MANUEL HIDALGO.


ras sin tacha y reputaciones escandalosas, barajadas y confundidas en aquella casa, sin disputa alguna noble y honrada, por la impúdica y funesta tolerancia de las grandes sociedades modernas. »

El vizconde de Bozel, protegido de la Baronesa, la secundaba en vigilar que todo marchase bien, entendiéndose con la orquesta y con el repostero, y preparando los regalos y demás accesorios del cotillón, que bailó con Yolande, con la que muchos jóvenes habían bailado rigodones y valses. Éstos jóvenes, por costumbre, porque creían lisonjearla, y también en su fatuidad, para preparar el porvenir, la colmaron de requiebros, que oía por la primera vez, y le parecieron música agradable, ya que ni de soltera ni casada la habían regalado así el oído. Comprendió que esos requiebros eran moneda corriente en esa sociedad, pero, a fuer de hija de Eva, los encontró merecidos; los de Bozel privaban.

Á las cinco de la mañana se marchó el último convidado, y en medio de flores marchitas por el calor, de velas medio consumidas, de mesitas de la cena con restos de lo que se había servido con buen gusto y eran ya repugnantes á la vista y al olfato, y cuando se habían refrigerado los músicos se miraron gozo-