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Ni creo que ningún buen español juzgue que todo es poesía y locura, cuando perpetuamente estamos oyendo hablar á nuestros poetas, prosistas y oradores de «las glorias de Sagunto y de Numancia, y de las de Zaragoza y Gerona,» con énfasis y despreocupación tales, que harán sonreir á los quietos y tranquilos poseedores de Gibraltar.—Por otra parte, no estoy solo en esta actitud de toda mi vida: muchísimos compatriotas conozco que darían toda su sangre y toda su hacienda á trueque de que España recobrase aquella plaza de guerra... ¡No se ha extinguido, no, ni se extinguirá nunca la raza de los Palafox y de los Álvarez! Y, en fin, con inmenso júbilo he leído últimamente una obra titulada Las Llaves del Estrecho, de mi buen camarada D. José Navarrete, en la cual este ilustrado escritor y valiente soldado descubre á nuestro patriotismo grandes horizontes de esperanza respecto del cáncer que corroe hace ciento ochenta años la honra y la vida de la nacionalidad española...—¡Ánimo, pues! ¡Sursum corda! ¡Y sintamos, cuando menos,