tadas tintas recomiendo á mi amigo el eminente paisajista Häes.
Respecto de la cumbre ó divisoria, llamada los Dientes de la Vieja, me referiré á las primeras páginas de mi novela El Niño de la Bola, donde (guardadme el secreto) he descrito aquel sublime paraje, sin revelar su nombre.—Los tales dientes son, como quien no dice nada, las mismísimas crestas de la alta sierra, el riscoso y mellado perfil que desde lejos se la ve dibujar en el cielo, un laberinto, en suma, de blancos peñones plantados de pie en mitad del camino, á la manera de fantasmas interpuestos entre dos horizontes.—Pues imaginaos ahora aquella cumbre, tal y como yo la ví por primera vez, á la edad de catorce años y pico, á media noche, á la luz de la luna, asustado, con sueño, en burro, llevando un mundo de quimeras poéticas en la imaginación y oyendo á los arrieros hablar de asesinatos y robos ocurridos cerca de tal 6 cual de aquellos dólmenes, y decidme si no está plenamente justificado el que treinta años después la eligiese para tea-