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sona á tantos peligros he puesto, no quiera Dios ni vuestra majestad por su reverencia permita ni consienta que basten lenguas de invidiosos, malos y apasionados á me la hacer perder; y no quiero ni suplico á vuestra majestad sacra, en pago de mis servicios, me haga otra merced sino esta, porque nunca plega á Dios que sin ella ya viva.

Segun lo que yo he sentido, muy católico Príncipe, puesto que desde el principio que comencé á entender en esta negociacion yo he tenido muchos, diversos y poderosos émulos y contrarios, no ha podido tanto su maldad y malicia, que la notoriedad de mi fidelidad y servicios no la hayan supeditado; y como ya desesperados de todo remedio, han buscado dos, por los cuales, segun paresce, han puesto alguna niebla ó oscuridad ante los ojos de vuestra grandeza, por donde le han movido del católico y santo propósito que siempre de vuestra excelencia se ha conoscido á me remunerar y pagar mis servicios. El uno es acusarme ante vuestra potencia de crimine lesae majestalis, diciendo yo no habia de obedescer sus reales mandamientos, y que yo no tengo esta tierra en su poderoso nombre, sino en tiránica é inefable forma, dando para ello algunas depravadas y diabólicas razones, juzgadas por falsas y no verdaderas conjeturas; los cuales, si las verdaderas obras miraran, y justos jueces fueran, muy á lo contrario lo debieran significar; porque hasta hoy no