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habian dicho aquellas guias que dormia toda la gente de guerra; y quiso nuestra dicha que la primera casa con que fuimos á topar fué aquella donde estaba la gente de guerra; y como hacia ya claro, que todo se veía, uno de los de mi compañía, que vido tanta gente y armas, parecióle que era bien, segun nosotros éramos pocos, y á él le parecian los contrarios muchos, aunque estaban durmiendo, que debia de invocar algun auxilio, comenzó á grandes voces á decir «Santiago, Santiago;» á las cuales los indios recordaron, y dellos acertaron á tomar las armas, y dellos no; y como la casa donde estaban no tenia pared ninguna por ninguna parte, sino sobre postes armado el tejado, salian por donde querian, porque no la pudimos cercar toda. Y certifico á vuestra majestad que si aquel no diera aquellas voces, todos se prendieran, sin se nos ir uno, que fuera la más hermosa cabalgada que nunca se vido en estas partes, y aun pudiera ser causa de dejar todo pacífico tornándolos á soltar y diciéndoles la causa de mi venida á aquellas partes, y asegurándolos, y viendo que no los haciamos mal, antes les soltábamos teniéndolos presos, pudiera ser que hiciera mucho fruto; y así fué al revés. Prendimos hasta quince hombres y hasta veinte mujeres, y murieron otros diez ó doce que no se dejaron prender, entre los cuales murió el señor sin ser conocido, hasta que despues de muerto me lo mostraron los presos. Tampoco en este pueblo hallamos cosa