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tes no era á los ofender, antes á los hacer saber muchas cosas que les convenian á ellos, así para la seguridad de sus personas y haciendas, como para la salvacion de sus ánimas. Por tanto, que le rogaba mucho que el enviara dos ó tres de aquellos que allí estaban con él, y que yo le daria otros tantos de los naturales de Tomaxtitan, para que fuesen á llamar al señor y le dijesen que ningun miedo hoviese, y que tuviese por cierto que en su venida ganaria mucho; el cual me dijo que le placia de buena vo- luntad; y luego los despaché y fueron con ellos los indios de México. Y otro dia por la maña vinieron los mensajeros, y con ellos el señor con hasta cua- renta hombres, y me djio que él se había ausenta- do y mandado quemar su pueblo porque el señor de Caguatan le habia dicho que lo quemase y no me esperase, porque los mataria á todos; y que él habia sabido de aquellos suyos que le habian ido á llamar, que habia sido engañado y que no le habian dicho la verdad; y que le pesaba de lo hecho, y me rogaba le perdonase, y que de allí adelante él ha- ria lo que yo le dijese; y rogéme que ciertas muje- res que le habian tomado los españoles al tiempo que allí habian venido, que se las hiciese volver; y luego se recogieron hasta veinte que habia, y se las dí, de que quedó muy contento. Y ofrecióse que un español halló un indio de los que traía en su com- pañía, natural destas partes de México, comiendo un pedazo de carne de un indio que mataron en