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do, y mandé á la gente de nuestro real que no pasasen adelante de aquel paso. E despues que anduvimos un rato paseándonos por la plaza, mirando los portales della, los cuales por las azoteas estaban llenos de enemigos, é como la plaza era muy grande y yeían por ella andar los de caballo, no osaban llegar, y yo subí en aquella torre grande que está junto al mercado, y en ella tambien y en otras hallábamos ofrecidas ante sus idolos las cabezas de los cristianos que nos habian muerto, y de los indios de Tascaltecal nuestros amigos, entre quien siempre ha habido muy antigua y cruel enemistad. E yo miré donde aquella torre lo que teniamos ganado de la ciudad, que sin duda de ocho partes teniamos ganado las siete é viendo que tanto número de gente de los enemigos no era posible sufrirse en tanta angostura, mayormente que aquellas casas que les quedaban eran pequeñas y puesta cada una dellas sobre si en el agua, y sobre todo la grandísima hambre que entre ellos habia, y que por las calles hallábamos roidas las raíces y cortezas de los arboles, acordé de los dejar de combatir por algun dia, y movelles algun partido por donde no pereciese tanta multitud de gente; que cierto me ponia en mucha lástima y dolor el daño que en ellos se hacia, y continuamente les hacia acometer con la paz; y ellos decian que en ninguna manera se habian de dar, y que uno solo que quedase habia de morir peleando, y que de todo lo que tenian