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y aunque nos pesó mucho, porque los caballos y yeguas nos daban la vida, no fué tanto el pesar como si muriera en poder de los enemigos, como pensamos que de hecho pasara, porque si así fuera, ellos hubieran más placer que no pesar por los que les matábamos: los bergantines y las canoas de nuestros amigos hicieron grande estrago en la ciudad aquel dia, sin recibir peligro alguno.

Como ya conociamos que los indios de la ciudad estaban muy amedrentados, supimos de unos dos dellos de poca manera, que de noche se habian salido de la ciudad y se habian venido á nuestro real, que se morian de hambre, y que salian de noche á pescar por entre las casas de la ciudad, y andaban por la parte que della les teniamos ganada buscando leña y yerbas y raíces que comer. E porque ya teniamos muchas calles de agua cegadas, y aderezados muchos malos pasos, acordé de entrar al cuarto del alba y hacer todo el daño que pudiésemos. E los bergantines salieron antes del dia, y yo con doce ó quince de caballo y ciertos peones y amigos nuestros entramos de golpe, y primero pusimos ciertas espías; las cuales, siendo de dia, estando nosotros en celada, nos ficieron señal que saliésemos, y dimos sobre infinita gente; pero como eran de aque-