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renta; y á diez dellos mandé que luego por la mañana saliesen con toda la otra gente, y que ellos y los bergantines fuesen por la órden pasada á combatir y á derrocar y ganar todo lo que pudiesen; porque yo, cuanto fuese tiempo de retraerse, iria allá con los otros treinta de caballo; y que pues sabian que teniamos mucha parte de la ciudad allanada, que cuanto pudiesen siguiesen de tropel á los enemigos hasta los encerrar en sus fuerzas y calles de agua, y que allí se detuviesen con ellos hasta que fuese hora de retraer; é yo y los otros treinta de caballo, sin ser vistos, pudiésemos meternos en la celada en unas casas grandes que estaban cerca de las otras grandes de la plaza; y los españoles lo hicieron como yo les avisé, y á la una hora despues de medio dia tomé el camino para la ciudad con los treinta de caballo. Y allegados, déjelos metidos en aquellas casas, y yo me fuí y me subí en la torre alta, como solia; y estando allí unos españoles, abrieron una sepultura y hallaron en ella, en cosas de oro, más de mil y quinientos castellanos; y venida ya la hora de retraer, mandéles que con mucho concierto se comenzasen de retraer, y que los de caballo, desque estuviesen retraidos en la plaza, hiciesen que acometian y que no osaban llegar; y esto se hiciese cuando viesen mucha copia da gente alrededor de la plaza y en ella; y los de la celada estaban ya deseando que se llegase la hora, porque tenian deseo de hacerlo bien

 Cartas de Hernan Cortes—Tomo I.—34