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ron que los de Culúa me estaban esperando en el campo, mandé que al cuarto del alba toda la gente estuviese en pié y apercibida; y otro dia, en oyendo misa, comenzamos á caminar, y yo tomé la delantera con veinte de caballo, y en la rezaga quedaron diez y así pasamos por entré unas sierras muy agras. E á las dos después de mediodía llegamos á un peñol muy alto y agro, y encima dél estaba mucha gente de mujeres y niños, y todas las laderas llenas de gente de guerra; y comenzaron luego á dar muy grandes alaridos, haciendo muchas ahumadas, tirándonos con hondas y sin ellas muchas piedras y flechas y varas; por manera que en llegándonos cerca recibíamos mucho daño. Y aunque habiamos visto que en el campo no nos habian osado esperar, parecíame, aunque era otro nuestro camino, que era poquedad pasar adelante sin hacerles algún mal sabor; y porque no creyesen nuestros amigos que de cobardía lo dejábamos de hacer, comencé á dar una vista en torno del peñol, que había casi una legua; y cierto era tan fuerte, que parecía locura querernos poner en ganárselo, é aunque les pudiera poner cerco y hacerles darse de pura necesidad, yo no me podia detener. E así, estando en esta confusion, determiné de le subir el risco por tres partes, que yo había visto, mandé á Cristóbal Corral; alférez de sesenta hombres de pié, que yo traía siempre en mi compañía, que con su bandera acometiese y subiese por la parte más agra,