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Acerca desto pasamos muchas pláticas y razones que serian largas para las escribir, y aun para dar cuenta dellas á vuestra alteza algo prolijas, y tambien no sustanciales para el caso, y por tanto, no diré más de que finalmente él dijo que le placia de se ir conmigo; y mandó luego ir á aderezar el aposentamiento donde él quiso estar, el cual fué muy puesto y bien aderazado; y hecho esto, vinieron muchos señores, y quitadas las vestiduras y puestas por bajo de los brazos, y descalzos, traían unas andas no muy bien aderezadas; llorando lo tomaron en ellas con mucho silencio, y así nos fuimos hasta e aposento donde estaba, sin haber alboroto en la ciudad, aunque se comenzó á mover (1)[1]. Pero sabido por el dicho Muteczuma, envió á mandar que no lo hubiese; y así, hubo toda quietud, segun que antes le habia, y la hubo todo el tiempo que yo tuve preso al dicho Mucteczuma, porque él estaba muy á su placer y con todo su servicio, segun en su casa lo tenia, que era bien grande y maravilloso, segun adelante diré. E yo y los de mi compañía le haciamos todo el placer que á nosotros era posible.

E habiendo pasado quince ó veinte días de su

 Cartas de Hernan Cortes—Tomo I.—13
 
  1. Siempre llegó Cortés á comprender que era imposible mantenerse en toda su libertad un emperador tan poderoso como Muteczuma, reconociéndose por vasallo del rey de España, y que habia de costar mucha sangre y haber revoluciones en los indios, porque ya veían que los españoles eran hombres y los caballos bestias.