Y fue esta institución, el Congreso Nacional, la que acrecentó su perfil durante el siglo XIX convirtiéndose en actor central del debate político del país. Un debate cruzado por diferentes ejes: liberalismo y conservadurismo autoritario; clericales y anticlericales; presidencialismo interventor versus congresistas que derribaban ministerios, todo ello en medio de un “parlamentarismo” muy criollo, eficiente en las formas y en la lucha política, pero incompatible con una institucionalidad presidencial fuerte. Las luchas por las reformas constitucionales y por las denominadas “leyes laicas” —registro civil, matrimonio civil, cementerios laicos— o respecto de las relaciones internacionales fueron batallas doctrinarias de alto vuelo que encendieron las sesiones del Congreso, al calor del debate de tribunos y oradores de tonelaje como Benjamín Vicuña Mackenna, José Victorino Lastarria, Domingo Fernández Concha, Aniceto Vergara Albano, entre otros.
En muchos de estos debates se advierte la influencia de la política y la filosofía europea y especialmente francesa. Los parlamentarios citaban autores, leyes, juristas, pensadores, con soltura y conocimiento, producto de sus viajes, sus lecturas y su admiración o también rechazo profundo a lo francés. En uno u otro sentido, Francia era un referente obligado. Y ese “afrancesamiento” se percibía en la moda, en los libros que se importaban, mayoritariamente en ese idioma, en la arquitectura de la ciudad, especialmente en el centro de Santiago, donde destacaban los palacios de las familias acaudaladas, los hoteles, el Teatro Municipal y el edificio del Congreso Nacional, ejemplo del neoclásico concebido por los arquitectos franceses contratados por el gobierno.(12)
En este ambiente, en que predominaba el ideario liberal republicano ilustrado, en que el saber y los libros eran un bien tan preciado para el interés público como para la elite dirigente, en que el Estado