Dicha tendencia tuvo desde las primeras décadas una importante y definitiva impronta francesa. La prensa liberal difundía con entusiasmo la lectura de Rousseau, Montesquieu y Voltaire. De hecho, señala un autor, que las obras completas de éste último constituyeron el premio a los alumnos destacados del Instituto Nacional en 1828. Las librerías no abundaban precisamente en el Chile de mediados del XIX. En rigor, la primera librería se fundó en Valparaíso en 1840: la Librería Española, de Santos Tornero. Generalmente los libros se vendían en los almacenes y tiendas, acompañados de provisiones, herramientas o ropa. Sin embargo, la elite ilustrada mantenía y acrecentaba sus propias bibliotecas particulares, las cuales poco a poco fueron siendo adquiridas por el Estado para dar forma al fondo de la Biblioteca Nacional. Allí se depositaron las colecciones de Mariano Egaña, Benjamín Vicuña Mackenna, la del sabio venezolano avecindado en Chile don Andrés Bello, Diego Portales, entre otros ilustres.(10)
Asimismo, la mirada decimonónica hacia Europa buscaba ansiosamente conectarse con la modernidad y una de las formas de concretarlo fue trayendo expertos que fundaran los cimientos del conocimiento científico en el país, como el naturalista Claudio Gay, el médico Lorenzo Sazié, el mineralogista Ignacio Domeyko, el geógrafo Amadeo Pissis o el botánico Juan Dauxion Lavaysse. El espíritu racionalista, ilustrado, orientado a la investigación y la ciencia, al orden de las cosas, al estudio sistemático, a la