En síntesis, al comenzar el siglo XIX, en América incluido Chile, tanto las ideas como los autores más importantes de la Ilustración francesa, así como los ecos de a Revolución de 1789 —cuyos episodios de violencia causaron incertidumbre, aunque el proceso y las instituciones generaron admiración— fueron conocidos por los círculos ilustrados que estuvieron en la vanguardia teórica e intelectual del proceso emancipatorio. Y el vehículo para ello fue el libro.
Chile: nuevos libros, nuevas ideas.
Las bibliotecas de algunos de los prohombres de la emancipación chilena contenían obras ilustradas que con toda seguridad circularon entre patriotas y la elite culta local. Es el caso de la colección reunida en Europa por el criollo José Antonio de Rojas, cuyo inventario registra —entre textos de Montesquieu, Rousseau y Voltaire— los 56 tomos de La Enciclopedia. Otra biblioteca con un perfil similar, fue la de don Manuel de Salas, diputado en 1811 y primer director de la Biblioteca Nacional, entre muchos otros cargos. También patriota empapado del espíritu ilustrado fue fray Camilo Henríquez que, desde las páginas del periódico La Aurora de Chile, fundado por él en 1812, arengaba respecto de la democracia, la soberanía y la voluntad popular. Asimismo, otro patriota cultísimo, don Juan Egaña, profesó (¿produjo?) gran admiración por el ideario iluminista, así queda de manifiesto en sus trabajos constitucionales.(9)
Resulta notable constatar que con posterioridad al simbólico evento autonomista de 1810, el país se dotó de un Congreso (1811); de la imprenta (1812) y, en consecuencia, del primer periódico, “La Aurora de Chile” (1812); de un Senado (1812); un Reglamento Constitucional (1812); el Instituto Nacional (1813) y, cuando aún no estaba ni cerca la consolidación de la Independencia, una Biblioteca Nacional (1813), paso señero en la construcción de una república, invirtiendo en información y conocimiento propio y del resto del mundo. Una tendencia que se mantendría durante todo el siglo.