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ÉGLOGA II

La blanca Nais, de complacerte ansiosa,
Se adelanta á tu paso, y te presenta
Un lindo ramillete primoroso,
De mil flores vistoso.
Mira cuál va cortando
Violetas, y juntando
De las adormideras los pimpollos,
Con el narciso blanco y encarnado,
Y la flor del aneldo
Con el tierno jacinto amoratado.
Ni tampoco se olvida
Del cantueso fragante,
Ni del dorado girasol brillante.
Y yo, melocotones escogidos,
De tierna pelusilla revestidos,
He de darte, y castañas sazonadas,
Que de Amarílis eran muy amadas:
La ciruela sabrosa
Digna será de Galatea hermosa,
Tambien la cogeré, y laurel y mirto,
Porque mezclados con diversas flores
Exhalarán suavísimos olores.
Reconoce, pastor desacordado,
Que tus dones desprecia Galatea;
Y aun cuando así no sea,
Tu rival nunca consentirlo puede,
Porque, si á dones va, Yola te excede.
¡Ay de mí desdichado!
¡En vano he trabajado!
Así como el que esparce
Bellas flores al viento,