Y yo, ¿qué hacerme? Ni posible me era
De esclavitud salir, ni tan propicios
Los dioses sino en Roma hallar pudiera,
Allí ví al César: por sus beneficios
Humean mis altares cada año
Doce veces en gratos sacrificios.
Le expuse allí mi mal y acerbo daño,
Y respondióme con propicio acento;
«Tus toros doma: páce tu rebaño.»
¡Anciano venturoso! ¡Qué contento
Será el tuyo, si quedas en tus prados,
Que son bastantes para tu sustento;
Aun cuando estén de guijas rodeados,
Y aunque tus pastos cubra muy frecuente
La laguna con juncos cenagados!
Tu ganado guiarás do no apaciente
En praderas que son desconocidas,
Y á las preñadas dañan fácilmente.
Ni de la grey vecina tus paridas
Temerán el achaque contagioso,
Que de él, por tí, veránse precavidas.
Tú, do has nacido, anciano venturoso,
Cabe estos rios y sagrada fuente
Respirarás un aire fresco, umbroso.
Las abejuelas, que continuamente
De estos sauces aquí liban las fiores,
Te adormirán zumbando blandamente.
El podador alegre sus amores,
Bajo estas altas rocas entonando,