Y á mí tocar la flauta por do quiera,
Todo es un don del dios que yo venero.
Ménos tu suerte envidio placentera,
Que me admiro, en el caso desastroso
De nuestro campo, estés de esa manera.
Héme enfermo ir siguiendo congojoso
Mis cabrillas, que alejo con premura,
Y ésta en hombros conduzco fatigoso,
Que malparió ora poco en la espesura
De aquellos avellanos dos gemelos,
Y los dejó sobre una peña dura,
¡Ay me! ¡Cuán infelice, si los cielos
Me quitan la esperanza del ganado,
La sola recompensa á mis desvelos!
¡Ciego de mí! Tan triste y duro hado
La encina de los rayos encendida
Nos lo habia bien ántes anunciado.
La siniestra corneja en repetida
Voz lo dijo tambien. Mas las señales
De ese dios ora dáme por tu vida.
Cual de nuestra ciudad do los primales
Llevamos á vender pensé engañado
De esa que dicen Roma, y juzgué iguales.
Que á conocer por siempre acostumbrado
Que á la oveja el cordero semejaba,
Y el cachorro al mastin de mi ganado;
De ese modo en mi mente imaginaba
Que fuese á Roma Mantua en la grandeza,
Y lo poco á lo mucho comparaba.