III.
Ya han desembarcado. Las huellas de sus pasos serán respetadas por las olas, por los huracanes, por el tiempo. ¡Plaza, plaza á los que con sus robustos brazos ganaron reinos para su patria y cetros para su monarca!
¡Cómo anhelan los peligros y echan á menos las batallas! Por ellos hablará su piel curtida, su cuerpo lleno de cicatrices. El mismo bronce muda de color, las murallas llegan á ennegrecerse, y se destruye el hierro espuesto á la intemperie.
Con flechas en la espalda, hachas en la cintura, la adarga en la mano izquierda, y la cortante espada, se abalanzan hácia el enemigo, sin otra armadura que un mal vestido de cuero y un abollado capacete.
Las mujeres, tan bravas como ellos, siguen sus pisadas, y dan de mamar á sus hijos en medio de las batallas. Entonces es cuando estos adquieren su ardor y valentía, y todavía niños van siguiendo el ejército de sus padres.
Restos de aquellas hordas que abandonaron los hielos, adoran como á un monarca al que les conduce á la pelea. Nacidos en medio de las selvas, jamás fueron subyugados, pues eran aún niños cuando ya los adormían con cánticos de libertad.
Roger despierta su coraje en las batallas. Conócenle más tierras que puntas tiene Monserrate. Su yelmo es su bandera, que les guia al sitio del peligro: delante de él camina la Victoria.